LIBROS

EL HOMBRE VA

EL HOMBRE VA SILBANDO VERSOS
Horacio Ferrer

Martín López Olaciregui es poeta, escritor, historiador y abogado. Su San Martín, al mejor de todos, de 1997, es libro de verdades que emocionan, justiciero e impecablemente escrito. De 1999 es Historias argentinas, también hermoso.
Con Martín nos conocimos hace treinta años, cuando yo recitaba y contaba historias noche a noche y tango a tango en el pequeño tablado tanguero “El viejo almacén” de San Telmo.
…y al percibir cómo late
en la noche un verbo eterno
si eres poeta u orate
sabrás que el día no es cierto.
Como para honrar estos versos suyos los encuentros con las siempre gentilezas de Martín han sido nocturnos. Gentilezas a las que agrega la de recitar de corazón los versos de “Balada para mi muerte”, tango mío de treinta y cinco años atrás, que compusiéramos con Astor Piazzolla, y de enviarme la grabación, junto a los originales de un nuevo libro, El hombre va. Veintitrés poemas, tres reflexiones y un cuento, del que elijo, por de pronto, estos versos:

Desde una estrella –la única-,
Dios vigila,
sonriente,
la muerte
de los rumores del mundo.
(“Atardecer”)
En ese silencio nacido de los crepúsculos descubre Martín a los liricos espíritus de Buenos Aires, con sus sustancia filosófica, sus trabajos aquietados por la contemplación y ennoblecidos por los duendes del tango:
…te fuiste ya cansado de tanta hipocresía,
Tu grito desgarrado se fue con tu agonía.
(“Discepolín”)

…la angustia del futuro, el peso del pasado
“¿Qué he hecho con mi vida?”
era la pregunta que atormentaba
al Remo Erdosain creado por Arlt.
(“El hombre va”)

Hay días en los que siento
una soledad igual a la de un hombre
flotando solo en la inmensidad del espacio:
(igual a la del hombre que camina solo
en medio de una multitud).
Y conoce, desde siempre,
“esas ganas tremendas de llorar
que a veces nos asaltan sin razón”,
de que hablaba Manzi.
(“El hombre va”)

También sus poemas son versos para cantar con parsimonia, fibra y títulos de Tango:

Pero en todas dormía blandamente
Un inmóvil sedimento de tristeza.
(Fue una tarde cualquiera en Buenos Aires,
desde un café con ventana en la vereda).
(“Cotidiano”)

… de mi asombro,
de mi abismo.
Del hecho mismo
De escribir estas líneas.
(“Nada”)

Así, ensimismado y claro de alma, Martín  rima al amor (te me entregaste en una lágrima), a Dios (el ser de Dios es tan simple / como el simple acto de amar), a Buenos Aires (qué triste es mi ciudad / y que tiene su tristeza. / Y es mi ciudad. / Y es mi tristeza).
Por fin de su cuento “La noche”, acompañando su ser muy argentino con acápites de Cadícamo y Yupanqui, esta conclusión de bellas y enigmáticas sensaciones: “Lo sacudió sin violencia un último espasmo consciente al dejar escapar desde lo más recóndito de si mismo un postrer  residuo de luz. Ya podía esperar la llegada de los solitarios”.
La pléyade de enamorados melancólicos, con sus mensajes extraviados en turbios contestadores automáticos, se asoman a las estrofas del poeta. Se otoñan en la plaza Francia, mientras una gota de whisky hace de sus dolores, relojes.  El bandoneón levanta sus solapas y canta con el pampero silbando en su piel de hojas doradas, “porque su amor”, siente Martín, “es grande como un dios”.

LA GRECIA ANTIGUA

Esta es una historia elemental de la Grecia antigua y de la filosofía griega, escrita  –temerariamente, por cierto-  por un abogado aficionado a la historia y a la filosofía.
No es, pues, un libro para historiadores ni para filósofos (que seguramente no encontrarán en él algo que no sepan), sino una obra introductoria para quienes no están muy enterados de los temas que trata;  quizá sirva también para estudiantes secundarios.
Es, por tanto, un texto de información, de difusión y de divulgación, que, en función de esos objetivos, he intentado redactar en forma clara y didáctica, dejando de lado la terminología filosófica, evitando las expresiones complicadas, difíciles o confusas, con economía de palabras y con un estilo directo, simple y accesible.
Sólo espero haber logrado lo que me propuse.
El autor

SAN MARTÍN, EL MEJOR DE TODOS

Martín López Olaciregui  merece el más vivo reconocimiento de los argentinos, y con ellos el de los americanos todos, por haber escrito San Martín, el mejor de todos, un ensayo con mucho de meditación, reflexión y juicio.
Y lo merece porque su lucubración, realizada con buen sustento literario, contribuye a mantener vivo en nosotros el agradecimiento debido a quien le dio a la tierra de su nacimiento libertad política al conseguir para ella la Declaración de Independencia de la monarquía hispana.  Dotado de una poco menos que singular dimensión humana y ética, San Martín fue un idealista, pero, como bien dice López Olaciregui, un idealista práctico que supo y pudo realizar el objetivo grandioso que se había propuesto. Ese idealismo pragmático lo llevó para ello a valerse de los más variados medios lícitos, pero sin comprometer en ningún caso la consecución del objetivo final ni ceder en un jeme en punto a la soberanía nacional.
Para América -para Chile, Perú y Ecuador- fue un libertador, pero jamás un conquistador, siempre respetuosos de la voluntad de los pueblos y siempre dispuesto a no aceptar que el mando político fuera una consecuencia necesaria de la victoria obtenida por el mando militar.
En algunos casos no se coincidirá con dichos y conclusiones de López Olaciregui, y hasta se disentirá de algunos asertos e interpretaciones, pero en todo momento, sí, se compartirá con él la afirmación de que el Padre de la Patria fue, es y seguirá siendo el mejor de todos.

Enrique Mario Mayochi
Miembro  de número de la Academia Sanmartiniana

HISTORIAS ARGENTINAS

HISTORIAS ARGENTINAS
Martín López Olaciregui sabe contar la historia.
Esto no es poco, pues son demasiado frecuentes los historiadores que no se animan a meterse en la carne y la sangre de los personajes, que son renuentes a las anécdotas y hechos pequeños, que se limitan a la corteza de las cosas.
El caso de Martín López Olaciregui es diferente.
Encara bravamente sus temas y se mete en lo hondo.
Puede tratarse de la manera con que el caudillo Ibarra recibió en su calcinada sede santiagueña la Constitución de Rivadavia o del desconcierto de Ricardo López Jordán en la batalla de Pavón e, incluso de los tejemanejes de la Operación Retorno: el autor no mezquina opiniones y se mueve con soltura en el campo de los hechos y, lo que es más riesgoso, en el de las conjeturas.
Se puede coincidir o no con su discurso pero no se puede dejar de reconocer que este autor sabe disponer la formación de sus elementos para brindar al lector una visión comprensible y, además, entretenida de los procesos y personajes que abarca.

Félix Luna